Entre 70 y 80% de los árboles en las calles y áreas verdes de urbes como la Ciudad de México son especies exóticas, pero “si para poner una de estas que crecen en otras zonas o vienen de otros países quitamos una especie nativa, además de que alteramos la red de interconexiones que hay, se pueden llegar a perder especies que se alimenten de ellas”, explica en entrevista Ivonne Olalde Omaña.
La bióloga y técnica académica del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM señala, por ejemplo, que las palmeras llegaron a México junto con los españoles después de la Conquista, pero fue hasta mediados del siglo XX que se comenzaron a plantar en las calles de la capital en razón de una visita del presidente Miguel Alemán Valdés a California: fascinado con estas plantas que adornan las avenidas quiso replicar este paisaje en sitios como Paseo de las Palmas, Narvarte, Florencia y Lindavista.
Por su parte las jacarandas, árbol nativo de Sudamérica, llegaron al país durante el gobierno del presidente Pascual Ortíz Rubio (1930-1932), quien solicitó a Japón la donación de cerezos, planta endémica de esa nación asiática, para colocarlos en la ciudad como símbolo de amistad entre ambos pueblos.
El Ministerio del Exterior de Japón le pidió a Tatsugoro Matsumoto, un emigrante que ya tenía décadas de residir en México, su consejo para determinar si era posible que la flor se adaptara a las condiciones de la capital.
Matsumoto explicó que la floración del cerezo era poco viable debido a que se requería un cambio mucho más brusco de temperatura entre el invierno y la primavera que la Ciudad de México no experimentaba. De tal modo que el cerezo se sustituyó en el proyecto por la jacaranda, árbol que se reprodujo ampliamente, al grado de considerarse ahora en el conocimiento colectivo como flor nativa.
Y es que si bien las especies exóticas pueden brindar los mismos beneficios que las nativas, no interaccionan con otros organismos como los polinizadores, lombrices, hongos y bacterias, lo que provoca incluso que algunas especies nativas de las cuales se alimentan puedan desaparecer.
“Las plantas exóticas liberan oxígeno, captan bióxido de carbono, retienen el suelo, controlan la insolación… pero donde ya no funcionan es con la red de interconexiones que hay entre todos los microorganismos de un ecosistema. Ahí es donde la exótica no está adaptada para ello”, indica Olalde Omaña.
Y agrega: “Si planto exóticas le quito físicamente lugar a nativas; pero también a mariposas, colibríes y en general animales que originalmente se alimentaban de la planta nativa ya no van a poder hacerlo. Por ejemplo, si quitamos las flores de las que se alimentan las abejas nativas estas tienden a desaparecer porque sus patas, sus alas, el tamaño de su cuerpo está adaptado a las flores endémicas. Se trata de una evolución conjunta que lleva millones de años. Si quitamos ese determinado árbol voy a perder a toda esa población. Lo mismo pasa con las bacterias y los hongos que hay debajo del suelo, que regularmente no vemos pero llevan millones de años de evolución adaptados a una planta”.
Pensar antes de plantar
Las personas generalmente piensan en poner el árbol más raro que puedan encontrar, el que nadie tiene, sin analizar si es muy grande o idóneo para el lugar en que se desarrollará.
De esta manera, explica la especialista, comienzan los problemas: rompen la banqueta, compiten con los cables que hay en las calles, topan con edificios y propician los “mochen” constante, o que los poden y haya árboles totalmente mutilados.
“Eso pasa porque no hay planeación, no sabemos qué especies nos conviene poner y las características que tienen”, indica la también encargada del Programa de Propagación de Plantas Nativas para Uso Urbano del Jardín Botánico.
También resulta esencial cuidar la diversidad de especies, puesto que si solo se coloca una, con la llegada de plaga u otro evento que la afecte se perderá la cobertura que se tenía. “La diversidad ayuda a detener la expansión de plagas y si algo afecta a alguna especie las demás quedan de respaldo”, indica.
Agrega que el fresno es por mucho el árbol más abundante en la ciudad. No obstante, a pesar de ser una especie nativa el problema con él es que es muy grande: alcanza hasta un metro de diámetro de tronco y crece hasta 20 metros de altura. “Por lo general los tenemos plantados en las banquetas. Después encontramos laureles, que son del género Ficus, con varias especies: tenemos el laurel de la India, el hule, las higuerillas, el Ficus benjamina; luego siguen las casuarinas, los eucaliptos, la grevillea, los truenos y las palmeras, que pueden ser palma canaria, palma abanico y palma reina”.
Nativas
Una especie nativa, explica la bióloga, es la que crece y se desarrolla de manera natural en una zona y se interrelaciona con plantas, polinizadores, lombrices, protozoarios, hongos y bacterias.
En este sentido señala que “nadie niega la belleza de las jacarandas, pero es una especie exótica y las abejas no la polinizan; en cambio, cerca de la tecoma (especie endémica de la cuenca de México) siempre hay abejorros, abejas y colibríes, lo que es muy importante”.
De acuerdo con la especialista las especies nativas idóneas para plantar en camellones y áreas verdes en la capital son los capulines y los tejocotes. “Estas especies se recomiendan porque además de los beneficios ecológicos que brindan dan frutos con los que se pueden alimentar aves, mamíferos y hasta reptiles como las lagartijas; todos ellos necesitan alimento y estos árboles se los pueden brindar”.
Para calles más urbanizadas (en las banquetas) se pueden plantar con mayor facilidad árboles que no rebasen los cinco metros al crecer, por ejemplo “el madroño, que es un árbol muy hermoso con corteza rojiza; también la garrya, los tepozanes, la tecoma o tronadora; es decir, sí tenemos variedad de especies. La cuestión es que las personas no las conocen y los viveristas comerciales no las propagan. Entonces se hace una especie de círculo vicioso: compro lo que encuentro y lo que encuentro no es lo nativo, entonces vuelvo a plantar exóticas”, dice.
Recomendaciones
La recomendación, añade Olalde Omaña, es la de informarse adecuadamente sobre el tipo de especie a plantar, además de la planeación ya sea para un proyecto de reforestación o simplemente para un árbol en casa o en la banqueta. “También debo saber las condiciones del sitio, ver si es soleado o no; por ejemplo, si tengo un área muy oscura no voy a poner una planta que requiere mucho sol como agaves. Investigar si hay agua suficiente para que crezca, cuánto suelo tengo abajo o con cuánto espacio cuento para que en función de eso pueda elegir la planta adecuada, siempre optando por las nativas que van a poder crecer bien”.
Indica que la idea es que también las alcaldías busquen estas especies endémicas, puesto que son las primeras que realizan grandes plantaciones y reforestaciones, pero “vemos que varias calles de la ciudad se remodelaron y lo nuevo que se puso fue otra vez exótico; ellos tendrían que estar propagando estas plantas nativas”, concluye.