El racismo en México es más común de lo que se cree. No hace mucho, el 23 de abril de 2015, el titular del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, se mofaba de un indígena chichimeca-jonaz por su forma de hablar. Poco después otra funcionaria pública, Liliana Sevilla Rosas, directora del Instituto Municipal de la Mujer de Tijuana, comentó: “Que tal si lo mío (sic) está en Europa y yo aquí sufriendo con estos indígenas”. Ambos son ejemplo de la segregación que predomina en el país, a partir incluso de los servidores públicos.
“Los mexicanos nos hemos creído la fábula de que no somos racistas. Sin embargo no es así, incluso se ha recrudecido en los últimos años. Los medios de comunicación, la violencia y desigualdad lo han incrementado”, explica Federico Navarrete, autor del libro México racista (Grijalbo).
Para el historiador este es un detonante de la descomposición social. “Necesitamos reaccionar ante la inaceptable situación de violación de los derechos humanos en la sociedad mexicana”. Agrega que no hemos valorado el problema en su justa medida. “En México no se agrede o asesina a la gente por su color de piel, pero sí se crea una situación de invisibilidad por parte de la mayoría de la población. Los indígenas no forman parte de la discusión pública ni tienen espacio en los medios de comunicación. A la gente más morena y con aspecto indígena se le asocia con pobreza, retraso, se les atribuyen rasgos negativos o se les ve como revoltosos”.
Luis Muñoz Oliveira, filósofo y catedrático de la UNAM, alerta sobre la forma en que la humillación se ha impregnado entre los mexicanos. Su libro Árboles de largo invierno (Almadía) es una reflexión profunda sobre el acto de denigrar al otro y sus efectos en términos de rencor y violencia. “Llegué a la humillación tratando de encontrar las causas de la violencia. La pobreza no es una causa directa de la violencia per se, pero la humillación, sí. No creo que existan sociedades humanas sin humillación ni tampoco pretendería que esa fuera la vía. Sin embargo, sí necesitamos llegar a un punto donde sea lo menos, no lo más, como sucede en México. Aquí es la norma”.
Sobran ejemplos
Navarrete y Muñoz Oliveira cuestionan las políticas públicas pero focalizan sus textos en el comportamiento individual. “Un ejemplo es el famoso grito en los estadios. Se ha normalizado de tal manera que la gente piensa que es mofa cuando su significado es muy claro. Pero aún es más grave que los políticos usen palabras despectivas como chacha para referirse los unos a los otros. Ambos casos son síntoma de lo que nos sucede como país”, expone Oliveira. Añade que la sociedad mexicana está enferma de humillación “nos falta solidaridad y ello solo refleja la pobreza de nuestra democracia”.
La humillación tiene varios rostros. Se segrega a quien carece de recursos, a quien tiene un origen diferente y a quien no se formó dentro de los estándares urbanos. “En nuestro país la desigualdad es todo un lastre y las hay de varios tipos: económica, de acceso a los servicios de salud, educación y justicia. La brecha que ocasiona en un punto extremo conlleva a la agresión”, puntualiza el escritor.
A ambos académicos los botones de muestra les sobran. Federico Navarrete argumenta que nuestra permisibilidad se debe a que nos hemos acostumbrado a fenómenos como la pobreza. “Un importante número de mexicanos está en situación de calle y no nos inmutamos. Hace tres años en Guadalajara un automovilista descubrió a una niña rubia pidiendo limosna, se hizo una tormenta en las redes sociales y se aseguraba que había sido secuestrada. Una persona blanca pidiendo limosna nos parece inaceptable; en cambio, si lo hacen millones de personas de piel oscura pasa inadvertido”.
Luis Muñoz Oliveira hace un poco de historia. “Mi hipótesis es que hay una mezcla interesante entre una estructura social vertical y autoritaria anterior a la llegada de los españoles, y la impuesta por los conquistadores ibéricos. Los franciscanos evangelizaron, promovieron la humildad, pero también enseñaron al pueblo a agachar la cabeza de una manera dramática; exacerbaron la humildad, pero ejerciendo la violencia. Esto generó un caldo de cultivo perfecto para crear una sociedad donde la humillación florece como nunca. El problema es que como sociedad nunca nos hemos detenido a remediarlo”.
Piedra de toque en este sentido es la migración. Cuestionamos a las autoridades fronterizas de Estados Unidos por el trato que le dan a los mexicanos, pero olvidamos el vía crucis de los centroamericanos cuando llegan a territorio nacional. El autor de Árboles de largo invierno hace énfasis de la hipocresía predominante: “Nos quejamos por lo que les sucede a los connacionales, pero humillamos a quienes pasan por nuestro territorio”.
En el mismo sentido Navarrete destaca la contradicción. “Nos gusta presumir de receptivos y tolerantes, pero creo que la sociedad mexicana debe asumir su verdadera faz. Discriminamos a las mujeres, a las minorías sexuales, a quienes no son católicos, a quienes hablan lenguas indígenas; se discrimina a diestra y siniestra. Vivimos en una sociedad cada vez más fragmentada, brutalmente desigual en la que el gobierno no siente el menor compromiso con el bienestar de la población ni tampoco con su seguridad física. Los medios de comunicación ejercen un racismo absoluto y sin cortapisas y excluyen completamente de sus pantallas y de la publicidad a 80% de los mexicanos”.
Sociedad multicultural
“Los morenos no son aspiraciones”, escuchó decir Navarrete a algún publicista. La frase resume los argumentos de quienes prefieren pasar de largo ante los rasgos de la mayoría de la población. “Llevo años preguntándoles a los publicistas por qué excluyen sistemáticamente a personas que tienen el tipo físico de 90% de la población de México. Hasta ahora no he tenido una respuesta clara. ¿Es simplemente porque son racistas? ¿Pura y llanamente consideran que los morenos son feos? Algunos en verdad lo creen ¿O es que tienen estudios que demuestran que la gente morena de México no quiere comprar los productos que compran sus similares? Es decir, son racistas porque pueden y porque nadie les ha dicho que no lo sean. En el fondo piensan que por ser blancos son más bonitos y mejores que la gente morena”.
Los razonamientos llevan la plática al terreno educativo. “México es una sociedad de muchas culturas y no lo aceptamos desde el punto de vista educativo. Necesitamos mostrarles a los niños que las personas pueden ser diferentes, que hay creencias y religiones distintas. Tal vez eso ayudaría a construir una sociedad donde no nos odiemos tanto los unos a los otros. Tendría que haber un servicio social, así como antes había un servicio militar, para que los jóvenes hicieran trabajo comunitario”, propone Muñoz Oliveira.
El galimatías no es menor. Federico Navarrete sostiene que el racismo se suma a otras formas de desigualdad. “Es difícil saber si la exclusión de educación de calidad o la falta de servicios públicos son producto del racismo. La discriminación de clase se mezcla con la ausencia de democracia y de derechos humanos. La suma de todo ello genera un coctel más nocivo. Los estudios sociológicos recientes demuestran que en México de manera casi sistemática, aunque no absoluta, la gente con color de piel oscura es más pobre, tiene menos educación, peores trabajos y vive en situaciones de mayor precariedad que la gente con piel más blanca. Ahí tenemos mecanismos sociales que radicalizan a la sociedad”.
Crítico, cuestiona la negligencia del gobierno mexicano pero también la del individuo. “Las autoridades no ofrecen educación, sistemas de salud, seguridad y servicios públicos de calidad. Pero en sociedad también debemos tomar conciencia de lo que nosotros hacemos. Si el racismo es tan insidioso es porque empieza en casa, en las escuelas y las fiestas. La vida privada se extiende a la vida pública. Estudios demuestran que la gente piensa automáticamente que una persona con tez blanca es más rica, honesta y respetable que una persona con tez oscura. Si queremos superarlo primero necesitamos reconocer el racismo y después combatirlo”.
La propuesta de Luis Muñoz Oliveira atiende un sistema salarial más equitativo, “no me parece utópico, como tampoco es crear un sistema de trabajo comunitario. Creo que esto podría modificar radicalmente la forma de entendernos”.
Navarrete concluye que si bien el racismo en un problema global y que en nuestro país es menos violento, el lastre de México se centra en la economía: “No ha habido Ku Klux Klan ni tampoco se lincha a personas por su color de piel; pero en cambio, aquí una élite margina a 90% de la población, en ese sentido nos parecemos más a Sudáfrica donde la población blanca, 10% del total de los habitantes, excluyó durante todo el siglo XX a los negros del poder y de la democracia”.