Los fieles lectores de El árbol de moras sabrán que mis columnas tienen un claro objetivo: salvar a nuestra civilización de las penumbras. ¡Oh, sí!
Pero como nadie sigue mis consejos el mundo sigue siendo un desastre. De hacerme caso ya habríamos solucionado el cambio climático, vencido al populismo y salvado al planeta de la sobrepoblación. Pero bueno, si quieren vivir en un muladar vivan en un muladar.
Entre los temas planteados (y aún irresueltos) sobresale uno por la amenaza inmediata que representa para las democracias liberales y las libertades individuales. Me refiero al auge de las dictaduras digitales.
Si pusieron atención sabrán de esta inquietante realidad por una columna anterior (Stalin update,en Vértigo No. 921). Ahí les conté sobre el Sistema de Crédito Social (SCS) de China: un algoritmo que monitorea las actividades que realizas en tu celular y otorga una calificación que determina si eres un ciudadano confiable. Un puntaje alto otorga privilegios y uno bajo castigos.
Pero nadie hizo nada y desde la publicación de mi ominosa columna los méndigos chinos han estado muy ocupados ampliando su sistema de represión al interior de su país y exportándolo al resto del planeta.
De acuerdo con un reciente reporte de Human Rights Watch (HRW, China’s algorithms of repression) las autoridades gubernamentales en la provincia de Xinjiang (oeste) han construido una enorme base de datos con la información personal de sus 13 millones de ciudadanos musulmanes: la Plataforma de Operaciones Conjuntas Integradas (IJOP, en inglés).
Premisa
El IJOP es la última monería sacada de la caja de Pandora de la vigilancia masiva; y si el SCS es apenas un programa piloto en algunas ciudades el nuevo IJOP es una herramienta de represión absoluta y total para una minoría étnica y cultural.
La premisa del IJOP es similar al SCS: requiere que todos los ciudadanos utilicen una aplicación en su celular (ligada a su tarjeta de identificación nacional) que después se usa para monitorearlos y espiarlos: “Alerta a las autoridades cuando una persona cruza ‘cercas’ virtuales al pasar por puntos de control o registrarse en un hotel. Realiza un seguimiento de los teléfonos inteligentes, las tarjetas de identificación nacional y los dispositivos GPS en los vehículos instalados por el gobierno”, explica el periodista Gerry Shih en The Washington Post.
Los atropellos a los derechos humanos son evidentes: “Muchas, tal vez todas, las prácticas de vigilancia masiva descritas en este informe parecen ser contrarias a la ley china. Violan los derechos internacionales a la privacidad, a la presunción de inocencia y a la libertad de asociación y movimiento. Su impacto en otros derechos, como la libertad de expresión y la religión, es profundo”, indica HRW.
¿Les importará esto a los chinos? Menos que un pepino, seguramente.
Al final, todo esto forma parte de una campaña masiva de represión contra la comunidad musulmana de la región, de la que más de un millón de personas por sus actividades dizque sospechosas han terminado en “centros de reeducación”, que en verdad no son más que campos de concentración. Es un hecho: comparado con los chinos, el Big brother de Orwell era un taquero.
Nadie podría esperar que los chinos se detengan en la provincia de Xinjiang. De hecho tecnologías similares a las utilizadas en China ya se encuentran instaladas en numerosos países del mundo, incluyendo a nuestras hermanas repúblicas de Ecuador, Venezuela y Bolivia.
Pero les cuento de esto en la próxima columna, porque ya se me acabó el espacio.
¡Ánimo!