Vivimos en tiempos ominosos donde la felicidad y el optimismo se presentan como los valores supremos.
En este torbellino escritores charlatanes se vuelcan a vendernos libros de “autoayuda”, políticos nos prometen imposibles paraísos y líderes económicos nos piden entregarnos al trabajo con amor para lograr no únicamente el éxito sino una felicidad holística perpetua. En pocas palabras, el mantra de moda parece ser: “Mereces cosas buenas, así que sé optimista y conseguirás lo que deseas”.
A nadie sorprenderá mi sospechosismo hacia las oscuras intenciones del optimismo desbordado. Creo que una de las mayores trampas de la cultura moderna fue vendernos la idea de que todo tiende a mejorar y que estamos en la ruta del progreso ininterrumpido. ¡Nada más falso!
Bien lo indica el filósofo Alain de Botton: la única verdad es que el caos y la crisis son la modalidad estándar del mundo. La vida es teatro del absurdo sin libreto; la felicidad, escurridiza y fugaz, y la Diosa Fortuna impone su voluntad, barriendo a un lado nuestras buenas intenciones. ¡Así las cosas, muchachos!
¡Pero no se depriman! Porque dentro de este pesimismo se encuentra la clave para sortear los cantos de sirena de la falsa felicidad y llegar a un puerto seguro. Les explico.
Visión
Mi argumento es sencillo: si el mundo es un constante caos seguramente todos nuestros planes se verán descarrilados de una u otra manera. La mejor forma de sobrevivir y prosperar es reducir nuestras expectativas y comenzar cualquier proyecto creyendo que las cosas probablemente no saldrán bien. A partir de ahí, se toman las precauciones para solucionar todos los hipotéticos problemas.
¡Un pesimismo constructivo! Alain de Botton resume: “Si esperas ser exitoso muy seguramente terminarás en el fracaso”. Así que bájenle a su entusiasmo y esperen siempre la tormenta.
Todo esto me lleva a recordar dos eventos recientes: uno sucedido en Vietnam y el otro en nuestro querido México.
El primero involucra a Donald Trump y a Kim Jong-un. Durante meses Trump habló de su extraordinaria relación con el coreano, de cómo se “habían enamorado” y de las “hermosas cartas” que el tiranuelo le había enviado. Con todo esto Trump generó altísimas expectativas para su segunda reunión con Kim en Vietnam (el 27 de febrero pasado), prácticamente asegurando la desnuclearización de Corea del Norte y, por qué no, un Premio Nobel de la Paz. Al final la realidad se impuso: un fiasco total y ningún acuerdo. ¡Ay, mis hijos, ciegos de optimismo!
Algo similar sucede en México. El triunfo del presidente AMLO generó una revolución de expectativas en todos los sectores sociales: la gente se siente confiada, esperanzada y con un renacido sentido de bienestar. Una encuesta da al presidente un nivel de aceptación cercano a 80%. ¡Virgen Morena!
Al cumplir 100 días de gobierno el presidente reforzó su desmedida confianza ante la sociedad manteniendo su expectativa de un milagro económico que se avecina con una expansión económica de 4 por ciento.
Pero la realidad es sumamente terca. Todos los indicadores apuntan a un crecimiento menor a 2%, las calificadoras internacionales nos apalean sin piedad, la confianza empresarial va a la baja y algunos analistas incluso hablan de una inminente recesión.
Me adelanto a las críticas. No, muchachos, no deseo el fracaso de la 4T o una guerra termonuclear con Corea. Simplemente le extiendo a AMLO y a Trump mi visión del pesimismo constructivo y les pido que controlen sus expectativas.
¡Serénense, señores! Mejor hagan caso a la máxima milenaria del pueblo sabio: “Piensa mal y acertarás”.
¡Ánimo!