En días pasados, de manera muy propia a esta época del año, coincidieron entre mis lecturas el número especial sobre envejecimiento que publicó la revista Science el pasado 4 de diciembre y las cuatro novelas de Elena Ferrante sobre la amistad de dos mujeres a lo largo de 60 años.
Hay procesos de envejecimiento que compartimos con los animales. Cada división celular, cada momento de tensión por falta de oxígeno o de alimento implican desgaste. La capacidad del organismo de reparar su propia erosión decae con el tiempo y los daños se acumulan.
¿Hasta qué punto sería posible prevenir la fragilidad física que acompaña en muchos casos a la vejez?
Con esta cuestión en mente, los autores de los artículos publicados por Science se preguntan si la duración de la vida está genéticamente determinada, si podemos hablar de una “edad biológica” del individuo diferente a la edad cronológica y cómo es que los factores ambientales previenen o aceleran el desgaste del organismo. Describen lo que sabemos sobre los llamados “relojes biológicos”, estructuras celulares que registran el paso del tiempo.
Por su parte, Elena Ferrante (seudónimo de una autora italiana cuya identidad solo su editor conoce) nos describe en su tetralogía de Las dos amigas el fluir de la vida como experiencia humana. Sus protagonistas, Elena y Lila, crecen, maduran y entran a la vejez siguiendo cada una los pasos de la otra en la escuela, los juegos, las lecturas, la crianza de los hijos, la complicidad para estudiar a escondidas o acudir a una cita amorosa.
Cada época de la vida tiene su propio ritmo vivencial, como si esos relojes biológicos que rigen el desgaste de la célula y la prontitud con que cicatriza una herida resonaran también en el ámbito psíquico. La niñez parece que dura sin tiempo. Los años previos a la pubertad tienen un andar torpe, como de patito feo. El tiempo de la adolescencia es larguísimo y está lleno de decisiones enormes, cuya trascendencia se ignora. Los años de madurez, habitados por amantes y cónyuges, hijos y padres que envejecen, corren como río de gran caudal. Y después de la sexta década, el tiempo se vuelve delgado y frágil. Asistimos también a las vueltas de la suerte a través de los años de quienes fueron compañeros de escuela de las dos niñas, al envejecimiento acelerado que sucede a una pérdida o a un revés de fortuna.
Influencias
Volviendo a la biología, me encuentro con que, a una escala millones de veces más pequeña, hay procesos celulares semejantes a los que sufrimos como individuos. Los telómeros son cadenas de ADN repetitivas y no codificantes que los cromosomas llevan en sus extremos, que sirven para mantener íntegro al cromosoma durante la división celular y la transcripción de material genético.
Con cada división el telómero pierde tamaño hasta llegar a ser tan corto que la transcripción de la información genética se altera, el desgaste no puede repararse y la célula envejece. En las células que se dividen muy poco o nunca, como las neuronas, el paso del tiempo deja su marca en la erosión gradual de la armazón de la célula y la acumulación creciente de mutaciones en el ADN.
Estos procesos responden a influencias ambientales, como el tipo de alimentación o el nivel de ruido ambiental o de agresión a que esté sometido el individuo; una mejoría en las condiciones de vida permite a la maquinaria celular cierto grado de recuperación. Lo mismo en la sabiduría popular que en las novelas de Ferrante y la investigación en biología molecular, la ansiedad y la depresión nos envejecen aceleradamente, mientras que la calma y la armonía brindan salud y larga vida.