Un mal día Betsy Pecanins descubrió que de su voz quedaba algo más que un chisguete. Su capacidad interpretativa fue a menos poco a poco. Cuando los médicos dieron con el padecimiento ya era demasiado tarde. La disfonía pasmódica es implacable.
“Fue algo terrible. No es una cuestión técnica ni obedece al desgaste por el canto. Es algo neurológico, donde el cerebro manda la señal para que las cuerdas hagan espasmos. Tardé años en descubrir qué era y para cuando dimos con la enfermedad ya no pudimos hacer nada. Además, en esa época perdí a personas muy cercanas… toqué fondo”, recuerda la cantante en entrevista.
Si del cielo te caen limones aprende a ser limonada, dice el refrán. Y Betsy aprendió. Actualmente sigue un tratamiento mediante el cual inyecta botox a las cuerdas vocales para poder cantar y ofrecer conciertos, como el que dará el próximo 29 de agosto en el Teatro de la Ciudad.
“Aprendí a hacer otras cosas. Me volví creativa, más compositora. La música que compongo parte de mi voz actual. Aunque a veces rapeo, el blues siempre está presente porque es un género que no suelta”, puntualiza.
Pecanins presentará el espectáculo Ave Phoenix acompañada por Jorge García y Felipe Souza (guitarras), Héctor Aguilar (percusiones), Alfonso Rosas (bajo), Mónica González (chello) y Julia González (apoyo vocal).
Además tendrá como invitadas a Regina Orozco, Iraida Noriega, Verónica Ituarte, Natalia Marroquín y Elena Garnes.
El título de la presentación refleja su buen talante: ante la adversidad planta cara y aunque no se siente una heroína, sí reconoce que gracias a la música ha podido salir adelante. El juego de palabras le permite también hacer un guiño a la capital de Arizona, donde nació. “Quería aludir al lugar donde pasé mis primeros 14 años. Más que renacer de mis cenizas, creo que todo es parte de mi proceso de trabajo. Hoy te lo puedo contar incluso riendo, pero para llegar a esta conciencia tuve que reinventarme. No soy única, son cosas que a todos nos suceden. Si no le damos vuelta a la página caemos en un hoyo y yo no quiero hacerlo, quiero seguir haciendo música, es lo que sé hacer. Ahora mis conciertos son un canto a la vida”.
Betsy Pecanins creció en un ambiente donde el arte era cosa de todos los días. Sus hermanas llevaron una galería por 45 años. Su madre pintaba. Y aunque ella en un momento pensó en hacer carrera en la plástica, hizo caso del llamado de Muddy Waters. “Cuando abrí la boca para cantar con mis cuates lo hacía de una forma blusera. El blues es mi forma de entender la música”, dice.
El blues de la sobreviviente
El flechazo con la música del Mississipi fue inmediato, pero la joven tardó tiempo antes de asumir el reto. “No cualquiera puede cantar blues. Al principio me sentía muy verde, me tomó tiempo atreverme porque no basta con el garigoleo de la voz: necesitas sentimiento y sapiencia para economizar; es algo que se aprende sobre la marcha. El blues es un canto de una gran profundidad y tristeza. Si no te duele no es un blues. Claro que también tiene humor, ironía y sensualidad. Es una buena mezcla”.
En 1977 hizo de México su casa. Aquí se topó con un país extraño donde muchas cosas suceden al revés. Si en Estados Unidos el blues antecedió al rock, en tierra azteca fue al revés. “En México los músicos lo conocieron por conducto del rock. Las palabras de Willie Dixon, ‘El blues tuvo un hijo y ese hijo fue el rock and roll’, aquí no aplican”, reconoce Pecanins. Solo así puede entender que en nuestro país no exista una tradición de este tipo de música.
Sin una ruta trazada, le tocó abrir brecha. Apenas con algunos cómplices, como el promotor Raúl de la Rosa, quien durante varios años organizó notables festivales protagonizados por los legendarios Muddy Waters, Coco Taylor, B. B. King y Willie Dixon, crearon una ruta y un incipiente circuito. “A todos los que trabajamos en aquella época nos tocó despojar al blues de su etiqueta de música desmadrosa”.
Por si fuera poco, tuvo que lidiar con el machismo. No muchos estaban dispuestos a tolerar que una mujer llevara la batuta. “Me costó trabajo ser la directora de un grupo, no era sencillo conseguir que la banda matizara. Los grandes bluseros lo saben hacer sin perder la fuerza. No me quedó otra que aprender a lidiar con los egos, aún así tampoco puedo decir que se me cerraron las puertas por ser mujer”.
La intéprete ha desarrollado una carrera que rebasa las cuatro décadas. El trayecto que inició en 1980 con Viendo tus ojos ha alcanzado en al menos dos ocasiones la cúspide, primero con Betsy Pecanins canta blues (1985) y diez años después con Efecto tequila (1995). “Ambos discos han significado mucho en mi carrera porque dejaron huella con un tipo de música que no es la mexicana. Tal vez Efecto tequila fue diferente, porque conseguimos tender un puente entre las rancheras y el blues. El temperamento de ambos géneros es parecido: tienen dolor y humor, aunque en el blues hay más ironía. Los dos también son cantos muy sensuales”.
Con la complicidad de gente como David Huerta, Magali Lara, Rafael Mendoza, Jaime López y Guillermo Briseño Frino —fundador del grupo de blues La mula de sietes—, Betsy Pecanins se mantiene con los bríos suficientes para componer, cantar, platicar y aprovechar los caminos que encuentra la voz, su voz. “¿De dónde nace la voz? Buena pregunta, no lo sé. Es un impulso y una gran necesidad de expresar; es comunicar. Todos comunicamos de alguna manera y la voz tiene muchas formas de mostrarse”.